lunes, 7 de julio de 2008

Me fui con ella. Llegamos a una casa con un jardín y una pendiente de piedras. Subimos hasta la ventana del segundo piso trepando las rocas, y ahí nos quedamos, ella parada sobre el muro y yo a su lado, pero cogiéndome de una columna. Le dije que tengo miedo a las alturas y que si caíamos nos podíamos morir o quedar inválidos o nada podía pasarnos, pero yo no quería arriesgarme, así que me quedé bien sujeto de la columna. No quise ocultar mi miedo, pese a que ella me gustaba. En verdad me gustaba todo de ella, aunque era normal, pero había en su rostro una belleza y una especie de reflejo de alma buena, sumisa, romántica. Y ella parecía relajada ahí, con el pequeño abismo a sus pies.

Se hizo de noche y no recuerdo de qué habíamos estado hablando, cuando ella quiso ponerme a prueba. Se dejó caer por la pendiente de piedras, bocarriba, como en un tobogán; y mientras caía pude ver su rostro al revés, sus ojos mirándome. Luego se detuvo, abajo, en la tierra húmeda del jardín. Tuve miedo de bajar en su ayuda. Vi que un grupo de jóvenes que pasaba por ahí se detuvo y una de las chicas se acercó y trató de auxiliarla; luego se fue, dejándola ahí tirada. Ya era demasiado, así que tuve que bajar, con mucho cuidado, cogiéndome de las rocas. Pero cuando llegué hasta donde ella había estado, vi a una perra en su lugar, negra y chusca, húmeda de sangre. Tuve que cogerla para sacarla de ahí justo cuando el camión de basura iba a descargar su vómito sobre el jardín que para ese momento ya era un basural. Creo que ya estaba muerta.

1 comentario:

Sandra Texeira dijo...

Esas pruebas de amor que hacen que los jardines desaparezcan. Es difícil, sobretodo cuando el miedo nunca desaparece.
Gracias por la visita, Sr. Tejada, me gusta leerlo.